José Luis Sampedro ha sido un extraordinario escritor, un lúcido intelectual que ha puesto en crítica el actual sistema político y económico y un muy brillante profesor universitario. Desde su cargo docente ha defendido un análisis estructural de la economía, en el que se señalaba la presencia de condicionantes técnicos y sociales que afectan al comportamiento de los actores económicos reales que no funcionan como establecen los manuales convencionales de economía. Según su perspectiva, la economía «real» es compleja socialmente y cambiante desde el punto de vista estructural debido a la presencia de conflictos e intereses divergentes,  clases sociales, objetivos de mercado contrapuestos, un acceso desigual al progreso técnico y mediaciones políticas o institucionales que modifican la actuación de todos los actores económicos, desde el empresario hasta el consumidor. José Luis Sampedro se definía como metaeconomista debido a que se dedicaba a  estudiar la historia de la teoría económica y, especialmente, la obra de los «disidentes»: los históricos, los institucionalistas, los marxistas y los estructuralistas franceses. Por ello, no es extraño que sus clases dieran la sensación de estar muy en contacto con la realidad, de tener presente el aspecto más humano en el frío estudio económico y de ser muy crítico con el actual orden establecido. 
Esto nos lleva a su faceta de intelectual comprometido, ya que Sampedro, espíritu joven y sensato, siempre estuvo atento al esfuerzo de dar respuesta a todos los aspectos de la realidad que deben ser cambiados. Y esta postura no fue abandonada en ningún momento de su vida, desde sus protestas cuando catedráticos antifranquistas fueron apartados de su puesto en la segunda mitad de la década de 1960 hasta su destacada aportación ideológica al movimiento del 15-M. Su identificación como indignado de avanzada edad con los jóvenes que llenaron la Puerta del Sol madrileña dio solidez al movimiento y provocó la incomodidad de los partidos de turno, los mantenedores del ¿orden? establecido.  
Sampedro se llamaba a sí mismo disidente. Era lo que las mentes acomodadas en las estructuras de poder llaman un «antisistema». En realidad, un insubordinado de un mundo insostenible, en el que el beneficio económico se impone sobre otras formas de organizar la realidad más aceptables. Afirmaba que «otro mundo no solo es posible, es seguro». En su opinión, el poder establecido quiere hacer creer al conjunto de la población que no hay otra forma de organizar el sistema, a pesar de que está dando muestras cada vez más claras de agotamiento. El reto está, según decía, en procurar que la alternativa a este modelo en peligro de colapso sea un mundo más justo, humano y vivible. Según ha declarado su viuda, su última voluntad ha sido que se recuerde esto, que no se gasten fuerzas en llorar su muerte sino combatiendo por este objetivo.